martes, 14 de octubre de 2014

Cuento calaveresco dedicado a

muso inspirador de este blog

¿Pero tú a mi qué me dices,
calaca insignificante,
menguada, corta de luces?
Yo, el Señor de las Rabietas,
he sido muy superior.
No existen el bien ni el mal,  
la vida no se termina,
todo es puro trascender.
¡No he de bajar a la fosa,
no te voy a obedecer!
Me pongo meditabundo
y al cielo voy a subir.
La Parca, toda tranquila,
escuchaba muy atenta
la sucinta perorata
del otrora cantautor.  
Un pleito allá en una iglesia
le acarreó la gran golpiza
que a la tumba lo llevó,
después de ir al hospital.
Las muletas han quedado
ahí junto a la guitarra.
Los pobres sepultureros
no hallaban cómo poner
al Señor de las Rabietas,
que en flor de loto quedó.
Era obligado enterrarlo
y tras de muchos pesares,
entró en forma vertical.








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